Historias para reflexionar
La moneda mágica
Una tarde mientras regresaba de vender mis panes en el centro del pueblo, me encontré con un viejecito muy simpático y amable, quien al ver la carreta de panes que traía, me pidió por favor que le regalara un pan. No sólo le regalé un pan para que saciara el hambre que traía por venir caminando de tan lejos, sino además le regalé un segundo pan para que lo degustara en el camino que aun le faltaba para llegar a su casa. Este en retribución me regaló una moneda, la cual yo me negué a aceptar, “no le estoy vendiendo los panes, es un regalo”, le dije. Él me dijo que aceptara la moneda en señal de agradecimiento por mi amable gesto, que esa moneda a él no le servía ya, por que tenía todo lo que quería, era feliz con su familia, vivía en una humilde choza en el bosque, pero amaba tanto a su choza que no la cambiaría por la más grande de las mansiones, porque la construyo con sus propias manos, y era su refugio desde hace mucho tiempo, en ella crió a sus tres hermosos hijos, y junto a su esposa la consideraban un regalo bendito de dios, no quería nada más de lo que tenia, porque aunque poco, lo que tenía lo hacia muy feliz, y tomando en cuenta que la moneda no servía para comprar nada, sólo para pedir deseos, y el ya tenía todo lo que en su vida había deseado, una hermosa familia, y una humilde casa donde morar, no necesitaba la moneda, en cambio el creía que yo podía sacarle buen provecho.
Tomé la moneda, e inmediatamente me di cuenta que era una moneda especial. Tenía un brillo reluciente, pero no era el brillo de oro, era brillo de magia. Según el viejecito podía utilizarla en cualquier fuente, y cualquier deseo que pidiera se me haría realidad.
Emocionado llevé mi carreta hasta mi casa, y después de guardarla fui hasta la fuente más cercana, con la idea de pedir mucho dinero para ser feliz, y así no depender del pan que vendía todos los días en el centro de la ciudad, o una enorme casa, como una mansión para vivir como los reyes.
Cuando iba rumbo a la fuente que quedaba a las afueras de la ciudad, me encontré con un hombre que lloraba desconsolado sentado en el tronco caído de un árbol. Inquietado por el desconsuelo de aquel hombre, me acerqué a él, descubriendo que el mismo era don Antonio, el hombre más rico de la ciudad, un prominente banquero, que entre sus posesiones contaba con 5 mansiones de las más grandes del país, y seguro mucho dinero en sus cuentas bancarias. No entendía como un hombre tan rico, que debería ser muy feliz, lloraba sin consuelo en el tronco de ese árbol. Le pregunté porque lloraba, “hombre eres muy rico para estar llorando”, le dije, pero el me respondió que, aun con todo el dinero que tenía y todas las posesiones que estaban a su nombre no era feliz, sentía un vacío en su interior, estaba triste, porque tenía una esposa que no lo amaba, y que sólo se caso con él por su dinero, unos hijos malcriados y ambiciosos, que nunca estaban conformes con lo que el les daba, y siempre le obligaban a trabajar más y más para acumular más riquezas, eso lo hacía sentir cansado, estresado, su vida era miserable, para satisfacer las exigencia de su insensible familia había caído en prácticas inmorales, y había llegado inclusive a robar, ni siquiera recordaba la ultimas vez que había sonreído. Entendí entonces en el error en que estaba. Agradecí las palabras de Don Antonio, y también las del viejecito de la moneda, ambos me habían enseñado una lección de vida que no olvidaría jamás, pues mientras uno era muy pobre, y habitaba una pequeña choza sin ningún lujo, a pesar de eso era muy feliz, mientras que el otro, a pesar de ser muy rico, de tener numerosas posesiones y vivir rodeado de lujos era infeliz. Entendí entonces que al igual que el viejecito, yo era feliz con lo poco que tenía, una humilde casa en donde vivir, pero que era el esfuerzo y trabajo duro de mi familia, un trabajo honrado con el cual sostenerme y ayudar a mi familia. Pero la ambición casi me llevó a cambiar todo eso por una vida más cómoda, pero que podría resultar tan infeliz como la de Don Antonio, el hombre más rico de la ciudad.
Ya sabía que hacer con la moneda mágica, ciertamente yo no la necesitaba, pero Don Antonio si, así que se la obsequié.
Tiempo después me embargó la alegría, al ver que Don Antonio había aprovechado mi regalo, aunque tenía menos de lo que tenía antes, tenía algo mucho más importante que riquezas y posesiones, ahora era muy feliz.
La enseñanza de esta historia es que, no importa que tan rico seas, que tantas posesiones tengas, pues estas no dan lo más importante, y que es lo que todos en esta vida buscamos, la felicidad.